Un bate, un guante y una pelota


 
- Mucho tiempo de ocio. Eso no está bien para un niño sano como Miguelito - dijo el abuelo acomodándose los lentes con una mano -. Este niño necesita sol, correr tras una pelota y pegarle dos gritos a un compañero.

- Pero, papá, ¿cómo hacemos? Ni Carlos ni yo tenemos tiempo entre el trabajo y la casa. ¿Cuándo podremos llevar a Miguelito a un parque para que juegue pelota, si cuando llega el fin de semana lo que queremos es dormir y no angustiarnos con un horario?

- De eso me encargo yo, Julia. Aquí enfrente hay una escuela de béisbol. Si tú quieres yo voy y averiguo todo, pero no es bueno que el niño siga pegado a una pantalla, a unos controles y sentado, acostado, otra vez sentado y ahora echado. ¡Qué es eso! Sin sol, sin movimiento, sin amigos… No, que va. Mañana mismo averiguo.

Y sin dar tiempo a que Julia diera su opinión, el abuelo dio media vuelta y salió de la casa. Se fue al polideportivo, directo al señor que llevaba la escoba. “Si quieres la información como es, tienes que ir al que limpia. Él sabe quién entra, quién sale, a qué hora y cómo es el maní” - pensó el abuelo. 

- ¡Buenas tardes, amigo! Téngase la bondad.

- Sí, ¿en qué puedo servirle?

- Tengo un nietecito que necesita hacer algún deporte. ¿Qué escuelas hay aquí y cómo hago para inscribirlo?

- Ah, bueno. Aquí hay prácticas de béisbol infantil tres veces por semana. Me parece que escuché que van a abrir un turno para niños de 6 a 8 años, pero quien puede darle la información como es debido, es el "mánayer", el Sr. Pedro. Diríjase a la puerta que está abierta en este pasillo y pregunte allí. 

- Ah, muchas gracias, amigo. Muy amable.

El abuelo pasó a la oficina y en menos de lo que canta un gallo, Miguelito ya estaba inscrito para empezar los martes a las 4 de la tarde. 

El abuelo se fue a buscar a Miguelito para comprar lo indispensable: un bate, un guante y una pelota. Al menos ya tenía los zapatos de goma y la gorra.

El martes lo llevó a la práctica. Otros niños ya llevaban el guante en su mano y lo golpeaban con la pelota, una y otra vez. Otros niños hacían oscilar el bate de lado a lado. Miguelito ni siquiera había visto un partido de béisbol en su vida.

El entrenador lo llamó. Le hizo unas preguntas y llenó una forma. Al rato lo llamaron:

- Lanza la pelota hacia el "cácher", el niño que lleva puesta la careta y recibe con el guante.  

Miguelito hizo su primer lanzamiento: desviado, sí, pero muy potente. Lanzó unas cuantas veces más. El entrenador tomaba notas.

- Ok, ahora toma el bate. Cuando te lance el pícher, trata de golpear la bola con él.

Miguelito se colocó en donde le indicaron, frente al pícher. Tomó una postura ligeramente agachada, se preparó, vio venir la pelota y… Bueno, no le dio… Abanicó. Pero no tuvo miedo de la pelota y eso fue muy importante. Y el entrenador también tomó nota de eso.

Cuando regresaron a casa, Miguelito venía contento porque lo habían aceptado en la escuela de béisbol y tendría entrenamiento dos veces por semana, un equipo y una buena actividad para los ratos de ocio. 


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