El Arenal (Segunda versión)



I


    Ella advirtió en la oscuridad la silueta de John Lima: broncíneo, alto, delgado como un dios egipcio. Caminaba sobre las arenas y parecía deslizarse en vez de andar, flotar sobre los médanos, tal vez reptar... 


    Recordaba que le habían advertido muchas veces. Su abuela, su madre, sus tías, todas las mujeres viejas del pueblo, le habían dicho que jamás debía ir sola al arenal. Le hablaron de un hombre alto, delgado, bronceado, sin edad, que vivía solitario… Un terrible peligro. El mismísimo mal... Pero, en vez de alertarla y ahuyentarla, la prohibición le despertó un ansia inexplicable, y se aventuró una tarde, con el sol aún alto, hasta el arenal. Solo el viento la acompañó aquella vez. 


    Entonces decidió ir al atardecer. Imperceptiblemente, de pronto, le llegó un olor indescriptible como a hojarasca mojada, como a lodo primigenio... Pero nada pasó.


    Una tercera vez se sentó sobre la duna y permaneció quieta, justo cuando caía el sol en el horizonte. Primero percibió el olor a humedad lejana, luego sintió un rumor como de reptil que se esconde entre la maleza. Sintió una presencia a sus espaldas. Con lentitud se acercaba una silueta. Era hermoso y joven y traía el semblante alegre, con una sonrisa extraña, pero cautivadora. 


    Poco fue lo que hablaron. Él le dijo su nombre y le quedó golpeando las paredes de los oídos y el laberinto de su cerebro: John Lima. 


    Ella ya no pudo olvidar sus ojos negros ni esa presencia que le empezó a perseguir la calma.



II


    Esa vez no percibió su olor, ni su movimiento. Tuvo simplemente la certeza de que él estaba allí, con su cuerpo espigado de escultura de bronce. Cerró los ojos para imaginar su rostro. 


    Se sabía mirada con aquellos ojos de serpiente milenaria. Se sabía tocada por esa mirada. Se sabía perdida si John Lima se acercaba un paso más hasta ella. Solo un ligero roce de su piel la haría olvidar todos los mitos, todos los tabúes y todas las leyendas... 


    Sintió un ligero rumor cerca de su nuca. Un cosquilleo hizo que encogiera los hombros tornando ligeramente la cabeza. La única respiración que escuchaba era la suya. 


    John Lima parecía tranquilo, como si flotara sobre aguas mansas en vez de arrastrar los pies sobre el arenal.


    El abrazo no la tomó por sorpresa. Una luna inesperada le permitió ver su piel dorada. Sintió una fuerza maravillosa que la dominaba, la poseía. Ella era maleable, flexible, y sentía que desmayaba sobre el brazo fuerte que la tomaba. Sus ojos se encontraron con los de él y sintió el peso de una ancianidad incalculable. Y su sonrisa le cruzaba el rostro de oreja a oreja. 


    Era tarde para ella… 


    Podía haberse escapado antes de aquella mirada hipnótica. Pero, ya no.


    Lo último que pensó fue en el terror que le causaban aquellos ojos amarillentos y rayados, semejantes a los de un saurio, clavados en los de ella. En un instante, el anhelo de supervivencia intentaba sacudirla, pero murió como un suspiro en sus labios. Lo que veía con claridad era un camino muy largo, con piedras lejanas y matorrales retorcidos por el sol, agujeros en la tierra árida, la inclemencia y el agobio del calor y, de pronto, una lluvia inesperada y violenta... 


    John Lima había acercado su boca a la de ella. Aún tuvo una sensación lejana: un irremediable temor a aquella lengua hendida, al sabor metálico que sintió en su boca y que comenzó a ahogarla… Un escalofrío recorrió su piel, pero ya ni siquiera tenía consciencia de lo que le ocurría: el abrazo de un cuerpo enroscado sobre otro inmóvil. 

 

    En su rostro aún había un rictus de sorpresa ¿o sería de esperanza?


    John Lima abrió sus fauces y le dio un último beso en el blanco cuello descubierto. Con un gemido tenue, casi imperceptible, le entregó su vida. Una calidez la inundó momentáneamente, y en ese momento fueron un extraño animal de dos cabezas, un ser mitológico en el que latían dos corazones. Ella nubló los ojos como si estuviera en éxtasis. 


    Un último estertor anunció el final. John Lima se separó de ella y su cuerpo de muñeca rota cayó inerte sobre el arenal.  La luna se ocultó tras una nube negra, mientras John Lima se alejaba reptando, lentamente.


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