Los días pasan...

Los días pasan... 

Cuando somos niños los días pasan lentamente. Tenemos tres, cuatro, cinco años, y el próximo cumpleaños dura una eternidad. La llegada del mes de diciembre y del Niño Jesús, es un evento que ocurre en un tiempo extraordinariamente largo... Pero, en algún momento, llega la adolescencia y el tiempo va más aceleradamente. Todo es rápido. La avidez por la velocidad hace que veamos también el tiempo volando. Un buen día nos damos cuenta de que ya hemos llegado a la edad adulta. Sorprendentemente para algunos, por ejemplo yo, pasamos por la Universidad sintiéndonos aún niños. Solo llegué a percibirme como adulta cuando comencé a trabajar y pude comprarme lo que me apetecía sin tener que ir con mi papá o mi mamá quienes eran los que me pagaban mis gustos.
Ser adulto joven fue una etapa que duró más o menos un buen tiempo. Hoy por hoy ya me califico como adulta contemporánea, pero sé que los años van en loca carrera hacia la década cincuentosa... Ahora sí es verdad que el tiempo es oro... Por ello, trato de mortificarme menos con los asuntos de poca importancia. trato de disfrutar más la compañía de mis seres queridos, especialmente mis amigos, trato de no pensar más en el pasado que en el presente y, como regla absoluta, no pienso en el futuro sino lo estrictamente planificable sin aferrarme y sin obsesionarme por obtener o ambicionar algo... No me aferro a nada, pues la última vez que me aferré a alguien, me llevé un golpe tan duro que todavía me acuerdo y se me arruga hasta la propia tristeza; y la última vez que me aferré a algo no pude siquiera disfrutarlo porque "alguien" lo desapareció todo... Creo solo en la mitad de lo que me dicen y no me esperanzo con ninguna promesa, pues las personas, muchas veces, hablan es de sus sueños o de sus esperanzas o de lo que quisieran o de lo que les gustaría, y nada de eso es real... Son solo proyectos, ambiciones o deseos. A veces se convierten en realidades, pero el tiempo y la distancia, mudan los intereses y dejas de ser tú el motor o la musa de esas fantasías y pasas a un plano casi fantasmal, impreciso, cuando eres solo parte del olvido. Por eso no me aferro a nada y menos aún a ninguna esperanza.
Para mí lo más importante es trabajar. Cada día ser ejemplo para mi hija de que con estudio y trabajo se pueden lograr muchas metas, pero como nunca ha sido mi meta tener dinero, nunca he llegado a él si no brevemente, como un suspiro que se derrocha en un santiamén.
Me gusta lo que he vivido, a pesar de todo. Me ha dado experiencia, me ha dado una hija hermosísima. Agradezco lo que hay que agradecer y lo demás, lo olvido o lo perdono. No vivo del rencor y por ello no me arrugo. Tengo las canas de la experiencia. No lo sé todo, claro que no, pero sé un poquito más que no saber nada. No me entiendo con los números ni los números me quieren mucho a mí. Extraño a mi padre y peleo a cada instante con  mi madre. Tengo alto el colesterol y los triglicéridos y me muero por el queso, el jamón serrano y el pan... En fin... Soy buena y soy mala, pero lo único que me preocupa es ser mejor madre que hija. Lo que más deseo es poder ser una persona productiva un tiempo más para darle a mi hija lo necesario para ella ser una mujer exitosa. De lo demás se encargarán ella y Dios, si así Él lo quiere. Y que, cuando llegue mi hora yo esté en paz conmigo misma, con mi hija y con el Señor, más de eso no pido. Que me haya perdonado quien me tenga que perdonar y quien haya querido hacerlo, y que me recuerden aquellos que me quieran recordar o que puedan recordarme. No espero más. Y que así sea.



Sobre una rueda, sobre dos, sobre tres... 



Cuando decimos todo va "sobre ruedas" queremos expresar que las cosas nos están saliendo bien, que no hay problemas. Pero, ¿sobre cuántas ruedas se está sosteniendo ese proyecto que está fluyendo o que se está solucionando?

No me imagino montando sobre un monociclo o en una mono-rueda. Seguramente iba a dar al suelo y, probablemente, tendría un buen chichón al final del intento. En este caso no podría decir que las cosas van sobre ruedas. Tendría que decir "¡Fuera abajo!".

Realmente es de sentir admiración por las personas que tienen tan buen equilibrio que pueden mantenerse rodando y caen de pie, cuando terminan de realizar su acto, si es que son malabaristas, o en el caso de una persona que, a pesar de los vaivenes, logra salir a flote de los problemas y se recupera con dignidad de las situaciones más penosas o embarazosas. Aplaudo y felicito y admiro. Allí es que observamos la capacidad de adaptación y la sagacidad de los seres humanos.

Observemos otro caso: entre mis incapacidades, una de las más notables es la imposibilidad de montar bicicleta. Es una misión imposible. Y tras la bicicleta va la motocicleta. Nada más complejo que realizar al mismo tiempo la acción de pedalear mientras mantienes el equilibrio. Alguna vez lo intenté y casi aplasto a mi maestro. Y en moto, pues de parrillera (en la parte de atrás). En la época feliz en la que mi esposo me quería y yo lo quería a él, subía a su moto y me sentía la mujer más feliz del mundo. Era como estar en la cima de la montaña. Me imagino que por eso hay tantos accidentes en moto: se pierde la perspectiva de la mortalidad y te crees un dios o una diosa.

Creo que la metáfora se explica por sí misma. La bicicleta hace sentir al niño libre: vuela como el viento. La moto te da el poder o por lo menos eso crees... Me imagino que cuando las cosas te van saliendo mejor de lo que esperabas sientes ese vértigo como si te lanzaras en bicicleta por una bajada pronunciada, pero ¿qué pasa si no es una inclinación solamente sino que se trata de un desfiladero? Allí las cosas se ponen más difíciles y hay que saber pedalear... Pareciera que fuera más fácil usar un monopatín para movilizarse, por lo menos de pie y con la certeza de que no se está demasiado lejos del piso. Pero no doy mucho por mi pericia en esto tampoco.

En un triciclo la cosa debe ser más sencilla: es el primer intento de motorización, después de la andadera, que nos compran nuestros padres. Con gran emoción y luego con gran facilidad, nos encaramamos en nuestras tres rueditas de pura potencia motor piernil a la orden. Y cómo le damos vuelticas a la placita, o al parquecito, o al pasillo del edificio si no hay más opción, o a la calle si no queda otra. La felicidad del triciclo nos dura hasta los cuatro o cinco años y después, somos demasiado grandes... Y después de eso seremos demasiado grandes para muchas cosas que nos hacían muy felices.

La felicidad del triciclo y la apariencia de sencillez hace que piense en esos momentos en los que todo fluye tan fácilmente, sin prácticamente hacer esfuerzos, sin agitaciones, con la suficiente lentitud como para detenerse a mirar hacia atrás, a ver quiénes nos acompañan, y con la suficiente velocidad como para sentir que vamos avanzando.

Y, por fin, las cuatro ruedas, el auto, el carro... Muchos trabajan y ahorran durante años para poder comprar uno, aunque sea casi una chatarra... Otros viven de la velocidad a la que pueden llegar en autos que más parecen naves espaciales. La tecnología ha separado al carro de lo que era lo útil meramente, hasta convertirlo en lujo. Dentro de un automóvil puedes encontrar no solo el confort de asientos mullidos: puedes tener televisión, computadora, videojuegos, GPS, teléfono... El auto puede descapotarse o abrir una escotilla para mostrarte el cielo o "quemarte-el-coco". Y así como la tecnología y el diseño lo hacen cada vez más un artículo de lujo, cada vez más escuchamos de robos de autos, de carreras improvisadas en las autopistas, de muertes causadas por accidentes de tránsito...

A veces nos sorprende ver cómo algunas personas cambian o se muestran prepotentes cuando tienen un auto poderoso, lujoso, muy caro. Me acuerdo del caso de nuestro muy querido medallista olímpico y hombre de la televisión, Rafael Vidal, muerto en un accidente de tránsito. Y lo que pienso es en la Hummer, en el poder de la embestida, en la huida del culpable... Así vemos también que cuando todo va demasiado fácil, cuando no hay esfuerzo por conseguir las cosas, pierden su valor. y así mismo demasiado poder, demasiado dinero, demasiada vanidad, transforman a las personas... Ojalá no fuese así... Que no perdiéramos nuestra humanidad ni nuestra esencia cuando obtenemos un poco de poder... Pero será que es naturaleza humana perder la perspectiva cuando se agarra demasiado vuelo...

Comentarios

  1. Querida Herminia, sería mejor, querido espejo: Mucho me reflejo en tu reflexión, pero yo todavía me sorprendo... Me sorprendo de la gente cuando le hace daño a los demás, me sorprendo cada mañana al ver el Ávila, cuando veo a mis amigas luchar y hasta cuando mi perra me saluda al regresar a casa.
    Un beso y un abrazo,
    Luisa
    7 de septiembre de 2010 09:26

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  2. Hola Herminia!!!
    Hermosa tu reflexión sobre el transcurso de tu vida, que nos induce a pensar en muchos de tus comentarios "Yo tengo de esa barajita" jeje

    Gracias por permitirme disfrutar de tu grandiosa sensibilidad.

    Un besito y un abrazo cariñoso,

    Nancy
    7 de septiembre de 2010 09:29

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  3. Muchachita!!! Te felicito por tu habilidad para describir los hechos más cotidianos en efectos contundentes en nuestra vida.
    Me encanta poder nutrirme, reflexionar y disfrutar de tu agradabilísima sensibilidad y actitud ante la vida.

    Un besito y nuevamente FELICITACIONES!!!! sigue escribiendo y comparte...
    21 de septiembre de 2010 10:24

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