Cuando la paciencia no es una de tus virtudes...

Es complicado ser padres en estos tiempos. En la época en que nos tocó ser hijos las cosas eran más fáciles: una mirada fulminante de tus padres era suficiente para saber que estabas metiendo la pata y que, después de que se marchara la visita, te salía regaño, castigo o paliza, dependiendo de la gravedad del asunto. Recuerdo que en las películas, cuando los niños se portaban mal o dejaban de hacer sus labores, los mandaban a la cama sin cenar. Si se te salía una palabrota ya sabías que detrás venía un buen sopapo, porque los niños no tenían por qué decir groserías. Mi padre poco me pegó, pero las veces que lo hizo dejó bien claro cómo eran las reglas del juego: si lo único que tú haces es estudiar, pues debes es estudiar. Evidentemente no se justificaba la pérdida de una materia y mucho menos de un año escolar, porque mi oficio era ESTUDIAR.

¿Cuál es el panorama actual? Pegar a un niño está prohibido por ley. Un menor o un ciudadano cualquiera, familiar o no del niño, puede acusar a sus progenitores de maltrato físico y/o psicológico. ¿Qué observamos? Cada vez más niños y adolescentes perdiendo materias y repitiendo año escolar. Aún más, niños que no están preparados para ir a un año superior, son promovidos, porque, en primaria, no existe la figura de repitencia. Y esas lagunas en sus conocimientos siguen arrastrándose hasta que el fracaso es inevitable. 

¿Qué se está logrando con estas determinaciones? A la larga se sigue con el problema de la deserción escolar. El fracaso se convierte en una constante: "no logro buenas calificaciones, por ende para qué voy a seguir estudiando". ¿Por qué no entendemos y propiciamos el hecho de que no toda la población tiene y debe ser universitaria? Tan valioso es el que estudia para ser plomero, electricista o carpintero, como el que estudia para ser arquitecto, ingeniero o médico. A todos nos necesita la sociedad: maestros, taxistas, policías, fiscales de tránsito, abogados, pintores, enfermeras, secretarias, bedeles, vigilantes, economistas, doctores... Desde el que más años pasó estudiando hasta el que no pudo estar en aula, sino que tuvo que aprender una profesión... Todos somos importantes y necesarios. Todos merecemos el respeto que nos da el ser expertos en nuestra área, y ese respeto se ve reflejado, entre otros aspectos, en nuestros sueldos y salarios. Mientras esos sueldos sean ínfimos, no alcancen para darnos los bienes y servicios a los que lógicamente aspiramos y no nos den la satisfacción que merecemos después de una jornada que puede haber sido de un día, de una semana, de quince días, de un mes, o de más tiempo, sentiremos esa paralizante sensación, que puede convertirse en certeza, de que somos unos fracasados. La verdad, espero equivocarme.

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