El gato negro

Al final de la calle solo se veía su silueta. Esperaba. Simplemente esperaba. No podía suponerse, por su cuerpo o su postura, que llevaba largo tiempo allí, aguardando. Apostado en el callejón, con sus miembros relajados, su piel negra despedía destellos como si fuera de metal. Miró hacia un lado de la calle, luego hacia el otro. El silencio y la oscuridad lo rodeaban. 

Al otro lado de la calle apareció ella. 


Contrastaban totalmente: él como la noche, ella como la luna. En la mirada de él se notaba la astucia, la experiencia de una vida azarosa. En la actitud de ella se adivinaba una mimosa que no conocía la desgracia ni la privación.

El levantó la mirada, ladeando apenas su cabeza. La miró y pareció chasquear su lengua. Veía en ella solo una hembra. No le importaba de dónde venía. Sólo importaba su género y que estuviera dispuesta. 

El era un macho poderoso, en la flor de su vida, saludable, un verdadero Don Juan de ébano que cantaba serenatas en los callejones nocturnales. No movió ni un músculo. Esperó a que ella se allegara. Pensó en una suculenta cena después de su encuentro amatorio. Generalmente, sentía gran apetito después del escarceo casanovesco. Sus ojos rasgados miraban alrededor, sin perderle de vista. Su caminar lento y rítmico no lo desesperaban sino que lo encendían aún más. La cercanía lo impulsó a acicalarse un poco (nunca estaba de más verse aún más seductor de lo que ya se era). 

Miró de reojo. Ya estaba muy cerca. Se incorporó de un brinco para demostrar su buen porte, sus largos y esbeltos miembros, su cabellera negra y relumbrosa. Dio unos pasos luciéndose. Se estiró para mostrar su longura. Faltaba mostrar más, pero ella debía estar más cerca. Por fin estaban apenas a un cuerpo de distancia. El se acercó para rodearla y analizarla más de cerca. Ella se detuvo en seco, mientras él seguía caminando a su alrededor. Ella estaba quieta, pero lo miraba de frente. El estaba complacido. No solo era hermosa, notaba que estaba muy dispuesta, o eso creyó él. Esperó a que ella estuviera lista. Se pegó a él, pero pensó que de manera tímida y esto lo incitó aún más. Apenas si rozó su rostro con el suyo, cuando unas fauces gigantescas se abrieron frente a él y sintió el beso de la muerte caer sobre su cuello.

El gato negro se alejó rápidamente de aquel callejón oscuro.

La mujer parecía flotar en la oscuridad, llevando la cabeza sangrante de su joven víctima.

Comentarios

Entradas populares