Quiero que cambies...

Querer que otros cambien sin hacerlo nosotros, es un asunto que debemos reflexionar detenidamente. Si un miembro de una pareja le pide al otro que cambie es como decirle que sea otra persona. Sin embargo, no con esto queremos decir que una conducta insostenible que merma la calidad de una relación de pareja, deba ser "soportada" o hacerse el de la vista gorda. Solo que nos referimos, en este caso, a un aspecto de la persona a la que, por cariño, por respeto y por amor, le pedimos que esa conducta específica la cambie.

Por ejemplo, el caballero que tiene una esposa muy sociable, muy dicharachera, con una risa escandalosa y una actitud muy desenfadada, que, en una fiesta de la oficina o en una cena formal con el jefe, mantiene esta misma forma de actuar, aunque el caso amerite más comedimiento y discreción. Probablemente, justo por esa forma de ser extrovertida y alegre, fue que él la escogió como pareja, pero si ella no sabe ubicarse en el tiempo y en el espacio, él puede sentirse cohibido, apenado y hasta humillado por esta conducta por parte de ella. Y esto es solo un ejemplo de muchos al que podemos echar mano.

Pero, lo que nos interesa ahora es observar, por una parte, que no porque nosotros deseemos que la otra persona cambie, esta lo va hacer. Si de su parte no se produce una profunda necesidad de dar vuelta a la página y eliminar o minimizar estas conductas que están socavando la relación con la otra persona, la transformación no se va a producir.

Las madres que les repiten innumerables veces a sus hijos "ordena tu cuarto", "recoge tu ropa del piso", "no te quedes en la calle", "realiza tus deberes escolares y estudia", etc..., logran en estos el efecto de "sordera". No solamente no hacen lo que les piden, sino que ni siquiera las escuchan. Pienso, quizás estoy equivocada, que la solución está en dejar de decir. Esto no significa que las madres deban hacer los deberes que a sus hijos les corresponden, sino que deben dejar que el cambio se produzca por ellos mismos. Cuando se vean obligados a ordenar sus cuartos porque van a recibir visitas de sus pares o amistades y vean que ya en ellos no se puede estar por el desorden, el mal olor y la falta de espacio, entonces se pondrán a ordenar y a limpiar, y recogerán su ropa sucia del piso. Cuando noten que ya sus notas han bajado demasiado y vean que está en peligro su permanencia en el equipo de béisbol o futbol, el ballet, o en lo que sea, o tengan cerca la pérdida de algo preciado por sus faltas, entonces dejarán de quedarse en la calle y se pondrán a estudiar.

Por supuesto que estos ejemplos se aplican a familias estándar. Es probable que si se trata de una familia disfuncional no pueda aplicarse ninguno de los ejemplos dados. Creo que una muestra de lo que ocurre cuando las familias no funcionan se encuentra en la película "Volver al futuro" (1985) de Robert Zemeckis. Aunque se trata de una comedia, podemos observar los cambios que se producen en una familia terrible, totalmente rota, cuando uno de sus miembros viaja al pasado y logra cambiar los elementos que no permiten que su familia avance en el futuro (el presente para él).

Ahora, tomemos en cuenta la contraparte, el otro elemento que debemos observar. ¿Quién realmente debe cambiar? ¿Debe cambiar el otro por mí, porque yo quiero que cambie? ¿O soy yo quien debe cambiar?

Si soy el esposo tranquilo, penoso, introvertido, que tiene una esposa fiestera, alocada, extrovertida, para él es una ventaja tenerla a ella. Si su desenfado en el comportamiento, hace que él se sienta a disgusto con ella, entonces es importante que reflexione si él es el que se ha incomodado independientemente (pues a veces los compañeros de oficina y el jefe, piensan que ella ha sido el alma de la fiesta, mientras que él es un amargado), y es él el que debe cambiar. O, en el peor de los casos, si no funciona ya esta pareja, entonces decidir cambiar su estado a soltería nuevamente. Lo más seguro es que ella consiga con quien salir y disfrutar, mientras él seguirá mascullando su incomodidad consigo mismo.

En el caso de las madres regañonas, cuando se percatan de que ya sus hijos no la escuchan pueden o elevar a la enésima potencia su nivel de regaños y de repetir las mismas órdenes hasta que logren que sus hijos pasen más tiempo en la calle para no escucharlas. O pueden simplemente cambiar la estrategia. Eso sí nunca hacer las labores que a ellos les corresponden. Pero, pueden colocar horarios y cumplirlos: "a las ocho de la noche se apagan las luces y los aparatos electrónicos", "a las siete de la noche se cierra la cocina", "a las nueve de la noche se cierra con llave la casa y se pone tranca a la puerta". A veces no tomamos las riendas del problema porque sentimos miedo de que nuestros hijos tengan el castigo que se merecen. Sin embargo, y a aunque nos duela, ellos deben comprender que hay normas y que las normas las colocan los padres basándose en su experiencia y en razones lógicas. No debemos temer a cumplir nuestra función como padres, sin abusos, sin exagerar, sin golpear.

Así que la reflexión que nos queda es "¿quieres que otro cambie? cambia tú primero." Si quieres leer un poco más sobre el tema, te invitamos a leer el artículo "O cambias o te cambian" del coach Andrés Fuentes Angarita. 

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