Si de genialidades hablamos

La primera vez que vi en televisión el programa "El Chavo del ocho" tenía once años. Recuerdo que el tema musical de entrada al programa caló en el gusto de las niñas que estudiaban conmigo en el colegio de monjas. En aquella época una hermana tocaba el piano para dirigir nuestros pasos a los salones de clase y era justamente este tema que aún no he averiguado ni su título ni su autor. Una de las niñas, recuerdo, se volvió para decir: "Ésa es la canción del Chavo". (Suspiro) ¡Qué tiempos aquellos!
Hoy tengo más de cuarenta años. Tengo una hija pequeña y ella sigue siendo expectadora fiel de las travesuras de este personaje. Y no solo ella, mi sobrino que ya tiene diez años, cuando lo encuentra en la programación por cable, aunque en su versión en comiquitas, también lo ve y le agrada.
¿Qué tiene un programa cómico de los años 70 que aún persiste y aún hace reír a niños y a adultos? Solo me resta pensar: a pesar de las críticas éste tiene que ser un programa genial, arriesgándome a que me refuten y me tilden de loca, pues yo misma alguna vez cité a algún representante porque su hijo de doce o trece años, respondía en clases inflando los cachetes y diciendo "No me simpatizas".

No soy sicóloga ni socióloga, pero ¿qué hay en este programa que nos sea tan familiar y al mismo tiempo tan atractivo? Inmediatamente pienso en los tipos humanos que son reflejados en el programa: un huérfano pobre, un niño de la calle, el cual, milagrosamente, sobrevive sin padres (recordemos a los niños de la Tierra de Nunca Jamás que acompañan a Peter Pan en sus andanzas) y, extrañamente, vive en un barril ubicado en el patio de la vecindad, aunque su apartamento sea el 8. No tiene nombre, pues cada vez que lo van a decir se produce una interrupción y lo dejan en el vacío. Podemos observar inmediatamente los rasgos del héroe y los rasgos del pillo, de la picaresca: vive diarimente sus aventuras y sobrevive a ellas, no es exactamente un mesías, pero sin duda salva del tedio y el aburrimiento al resto de los niños y adultos de una vecindad en la que todos los días pasaría lo mismo: Quico saldría a jugar solo con su pelota, porque él es un niño "mejor que los demás" y al que su madre le inculca el desprecio por otras clases socio-económicas a las que tilda de "chusma"; la Chilindrina chillaría por todo el patio por cualquier motivo, porque, a pesar de ser una niña de menores recursos, milagrosamente su padre desempleado le puede dar todos sus gustos (chucherías, juguetes), solo que ella es una malcriada y una traviesa, y siempre buscará la manera de pelear con los otros niños como Ñoño (el gordito hijo del dueño de la vecindad, del que se burlan los demás por su exceso de peso) y la Popis (alterego infantil de doña Florinda).  El Chavo tiene un objetivo fijo: conseguir una torta de jamón, lo que es lo mismo que sobrevivir un día más. Y, aunque a veces se queja del hambre y siempre está salivando sobre las golosinas de los demás, grandes o chicos, igual tiene la energía para seguir jugando y manteniendo la esperanza, motor de su día a día. Y a pesar de estar solo y de los cocorronazos que le propina don Ramón por sus travesuras o torpezas, es un niño querido y aceptado por sus vecinos.



Los adultos de la vecindad son pocos, pero también representan un estrato socioeconómico y un arquetipo humano: La Bruja del 71 es la solterona que nunca pierde las esperanzas de enlazar a su Roro, don Ramón es el eterno perezozo que vive del cuento, de "matar tigres" y de la esperanza absurda de doña Clotilde (la solterona), el profesor Jirafales es el docente que pierde la paciencia en un tris y para no gritar un improperio usa la muletilla del "¡Ta, ta, ta!" (genial eufemismo al que usted puede colocar cualquier frase altisonante que desee), el señor Barriga es el dueño de la vecindad que nunca perderá las esperanzas de cobrarle la renta a don Ramón (sin embargo este capitalista tiene buen corazón y mucha barriga y más de una vez le condona la deuda al sinvergüenza de "Monchito", y, por último, pero no menos importante, doña Florinda, madre viuda de un niño sin inteligencia, pero al que consiente como a un príncipe, tratando de cubrir con regalos y mimos, la ausencia del padre; a pesar de no arreglarse mucho pues permanentemente lleva puestos unos rollos en la cabeza (algo muy común en las damas de los setenta) y su rostro se muestra ajado, tiene un admirador asiduo que es el profesor Jirafales, quien le lleva flores y al que le brinda una tacita de café, cada tarde cuando la viene a visitar, y al cual nunca le escuchamos decir nada acerca de matrimonio...


Algunos actores realizan más de un papel: doña Florinda y la Popis, Ñoño y el señor Barriga, la Chilindrina y su bisabuela, Quico y su padre fallecido. Pocas veces hay actores invitados realizando papeles como el cartero Jaimito, los otros niños de una escuelita en la que dicta clases el  profesor Jirafales y la vecina soltera, joven y bonita que vive, inexplicablemente, con su sobrina Patty, ambas manzanas de la discordia pues don Ramón se anima a tratar de ayudar a la señorita ante los celosos ojos de doña Clotilde, y el Chavo y Quico se disputan la atención de la nueva niña provocando la ira de la Chilindrina.
Nos sorprende hoy en día ver que el profesor Jirafales siempre tenga un tabaco en su boca, incluso cuando está en el salón de clases, pero es parte de una imagen: la de un caballero maduro, soltero, de gran estatura (lo que podría motivar la burla de sus estudiantes), que trata de consolidarse como un buen maestro y una figura de autoridad. Esto también lo busca a través de su vestimenta: siempre de traje gris con sombrero.
También nos sorprende la cuota de violencia que vemos en el programa: don Ramón le grita a la Chilindrina, pellizca a Quico y le pega al Chavo; doña Florinda con o sin razón abofetea a don Ramón; el Chavo golpea "sin querer queriendo" al pobre señor Barriga y éste le grita al Chavo; los niños se burlan de Ñoño por su gordura; casi todos los personajes se burlan de la inocencia del Chavo y de la poca inteligencia de Quico. Hay suficiente material  como para que la LOPNA y otras instituciones gubernamentales prohibieran la transmisión del programa, pero...
"El Chavo del ocho" es una nostálgica estampa de una época en la que no nos causaba malicia que el profesor Jirafales entrara a la casa de una viuda sola, mientras su hijo juega en el patio con otros niños; de un tiempo en el que era bastante común que las familias vivieran en casas de vecindad, hoy casi desaparecidas; de un momento en el que éramos felices (nuestra infancia) y todo era posible en un mundo de fantasía, aunque fuese de bajo presupuesto...


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