¿Por qué será?

Gran parte de nuestra vida la pasamos comiendo. Pareciera que no pudiéramos evitar relacionar los eventos más importantes de nuestras vidas con la comida. Desde la antigüedad observamos cómo las fiestas religiosas más importantes y los hechos más relevantes de las sociedades, están imbricadas al hecho de realizar banquetes. No es sólo la festividad, es comer y beber, lo cual no niega la música ni la danza, incluso las competiciones tanto literarias como deportivas. Pero todas comienzan y/o terminan con una "comilona".


La Vendimia, un hecho relacionado con la producción agrícola, se convirtió en una de las festividades más importantes no sólo por el hecho de ser un acto social, que debía ser realizado en colectividad, sino por lo que se fue anexando a esta actividad con el transcurrir del tiempo: las comparsas, la música, la comida y las improvisaciones de los impulsados por el elixir de Dionisos.

Así están estrechamente ligados el banquete con el nacimiento de un niño, pero también con el deceso de una persona. Celebramos con grandes comilonas los bautizos, las primeras comuniones y los matrimonios. 
Los cumpleaños no escapan de estas prácticas y no esperamos ruegos para celebrar cenas con amigos, desayunos o meriendas con amigas, almuerzos de negocios... Celebramos justamente la Navidad y tras ella el Fin de Año, pero no contentos con ello traemos festividades foráneas para seguir comiendo, como es el caso del Halloween o la Acción de Gracias.
No quisiera decir que todo esto está mal. Me parece que somos seres humanos precisamente porque somos sociables, pero la estrecha relación que tiene cada aspecto de nuestra vida con la comida, no con la alimentación, sino con el banquete, la comilona, el exceso, es lo que es realmente preocupante.
Y pareciera estar en nuestro código genético tratar de calmar alguna ansiedad, dolor, estrés, angustia, etc..., con la comida. Hoy mi hija se cayó en el parque. Yo estaba alejada de ella y la pobrecita estuvo llorando un ratito antes de que yo llegara a confortarla. Cuando llegué a su lado, se enjugó las lágrimas y me dijo: "Mamá, ¿puedo comerme otra galletita?". Y de inmediato se olvidó del raspón en la piernita.

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