BESTIARIO: Las bestias de Juan José Arreola
En el título del libro se adivina el
carácter de la obra: se tratará sobre animales. La pregunta inicial es si se
los presentará en fábulas a la manera tradicional, herencia de Esopo, Fenelón,
La Fontaine, Samaniego o Iriarte; como alegorías, relatos fabulosos o cuentos
de hadas; quizás como una taxonomía o como un diccionario de animales ya sean
reales, imaginarios o de ambos predios; o quizás se trate de observaciones y
descripciones de un amante del reino animal, que intentan ser objetivas y
analíticas.
En
el Bestiario de Juan José Arreola se
incluyen los siguientes animales: El rinoceronte, el bisonte, el avestruz, los
insectos (que son generalizados bajo el nombre de “Insectiada”, aunque se puede
suponer que son especialmente la abeja, la araña de jardín y/o la mantis
religiosa), el carabao, el búho, el elefante, la boa, la hiena, el hipopótamo,
el ajolote y los monos.
De éstos, en apariencia – porque
algunos de los animales pierden su carácter real en una especie de metamorfosis
hacia lo fabuloso –, sólo el ajolote es animal netamente fantástico – aunque
existe un anfibio con este nombre que vive en lagos de la zona de México y de
los Estados Unidos, capaz de reproducirse en estado larvario y que rara vez
alcanza la forma adulta –. “Acerca de ajolotes sólo dispongo de dos
informaciones dignas de confianza. Una: el autor de las Cosas de la Nueva España; otra: la autora de mis días” (p. 222).
Esta confesión le da un carácter personal al relato, pues no sólo se presenta
la primera persona singular (yo), sino también está reflejado el elemento
íntimo como el recuerdo y la alusión a la madre. La mayor parte de los relatos
están escritos en tercera persona, con algunas excepciones como es el caso de
“Insectiada”, cuyos dos primeros párrafos están en primera persona del plural –
“Pertenecemos”, “Vivimos” –, con el correspondiente uso del pronombre personal
“nosotros”. Esto indica que el que habla es parte de la “triste especie de
insectos” (p. 210). Sin embargo, luego cambia a la tercera persona: “La unión
se consuma con el último superviviente” (p. 210). Esto se interpreta como un
cambio en el texto, de lo subjetivo (las impresiones de un ser) a lo objetivo
(ocurrió de esta manera).
En la mayor parte de los textos se
observa esta cualidad, la aparente objetividad semejante a la de un estudioso
del mundo animal, que acerca cada “relato” más bien a:
1) una
descripción del animal y sus costumbres, a la manera de un Fisiólogo como lo hace
del
carabao: anguloso desarrollo de los cuartos traseros y profunda implantación de
la cola, final de un espinazo saliente que recuerda la línea escotada de las
pagodas; pelaje largo y lacio; estilización general de la figura que se acerca
un tanto al reno y al okapi. Y sobre todo los cuernos, ya francamente de
búfalo: anchos y aplanados en las bases casi unidas sobre el testuz, descienden
luego a los lados en una doble y amplia curvatura (p. 212-213);
2) una
reflexión, o quizás un ensayo, pues, en algunos de los textos, se reflejan las
opiniones del autor sobre la sociedad contemporánea, como se puede observar en
“Los Monos”: “Atados a una dependencia invisible, danzamos al son que nos
tocan, como el mono del organillo. Buscamos sin hallar las salidas del
laberinto en que caímos, y la razón fracasa en la captura de inalcanzables
frutas metafísicas” (p. 224).
Casi todos los textos están
relacionados con la muerte, sea porque el animal – o el hombre – está condenado
a una muerte irremisible por su propia naturaleza como ocurre en “Insectiada”:
“Vivimos en fuga constante. Las hembras van tras de nosotros, y nosotros, por
razones de seguridad, abandonamos todo alimento a sus mandíbulas insaciables”
(p. 210); sea porque tradicionalmente un animal está relacionado con la muerte
como en “La Hiena”: “huellas esenciales del criminal” (p. 219); o porque ha
sido el hombre quien lo ha condenado a la extinción como en “El Bisonte”: “el
hombre emboscado arrojó flecha tras flecha y cayeron uno por uno los bisontes”
(p. 207).
Otros, tienen relación con lo sexual
y, en cierta forma, hay una identificación entre la sexualidad y la muerte. En
“El Ajolote” una mujer “estaba mortalmente preñada de ajolotes” (p. 222).
La
relación entre vida y muerte, cuyo puente es el acto sexual, se observa
especialmente en “Insectiada”. Cada macho está destinado a la muerte cuando
comienza la “estación amorosa” (p. 210), entonces su instinto lo lleva a
intentar la unión con una hembra, de las pocas que hay, y ésta, hambrienta, lo devora.
Uno tras otro lo intentan los machos, hasta que la hartura y el cansancio de la
hembra, permiten al último “galán” llevar a cabo su cometido, aunque también le
costará la vida. De este instante “nacerá otra vez la muchedumbre de las
víctimas, con su infalible dotación de verdugos” (p. 211). “Insectiada”, sin
duda, es el término que mejor se acomodaba al autor, para llamar a la matanza
de insectos por los propios insectos, especie de relato épico en el que los
héroes anónimos intentan una hazaña, hasta que el último, y, a pesar de su
vida, lo logra, cual Roldán que muere en Roncesvalles.
El
órgano sexual de varios de los animales queda claramente descrito, por ejemplo
en “La Hiena”, que, “para asegurarse el triunfo en las lides amorosas, lleva un
bolsillo de almizcle corrompido entre las piernas” (p. 219).
En otros casos no es tan explícito
como en “El Rinoceronte” en el que, “como agua que sale de la hendidura rocosa,
brota el gran órgano de vida torrencial y potente, repitiendo en la punta los
motivos cornudos de la cabeza animal, con variaciones de orquídea, de azagaya y
alabarda” (p. 205). Se sugiere por medio de la imagen, del símil, la metáfora y
la enumeración, recursos que han sido coordinados, yuxtapuestos y hasta
subordinados, para lograr un máximo de sugerencia.
El instinto de reproducción a veces es
acompañado por el instinto maternal de la hembra, y hasta por ciertas conductas
como la protección de la pareja y del pequeño “retoño”, por parte del macho. En
“El Hipopótamo” se lee: “junto a la ternura hipnótica de la hembra reposa el
bebé sonrosado y monstruoso” (p. 220).
Las descripciones físicas y
conductuales de los animales (que acercan el Bestiario a lo objetivo y científico), en casi todas las
oportunidades, se mezclan con símiles, metáforas, imágenes visuales, hipérboles
y otros recursos literarios, que están más cerca de lo poético que de lo
científico. En “El Bisonte” se dice que “parecían modificaciones de la corteza
terrestre con ese aire individual de pequeñas montañas; o una tempestad al ras
del suelo por su aspecto de nubarrones” (p. 207). No es difícil buscar en la
memoria la imagen del bisonte con su joroba peluda, o la de la gran manada que
corre estremeciendo el suelo y levantando una gran nube de polvo (imágenes
debidas especialmente al Séptimo Arte y a la saga cinematográfica del género
Western).
“El Avestruz” es “más que pollo,
polluelo gigantesco entre pañales” (p. 208). Y “El Búho” será “armonioso
capitel de plumas labradas que apoya una metáfora griega” (p. 215) – imagen en
la que se percibe cierta alusión a la diosa Palas Atenea, a quien fue dedicado
el templo llamado el Parthenon, y a la que se le asociaba con la lechuza y, por
extensión, con el búho, representaciones de la sabiduría –. “El Elefante”
mostrará “dos curvas y despejadas estalactitas” (p. 216) como colmillos,
mientras “El Hipopótamo” como un “buey neumático, sueña que pace otra vez las
praderas sumergidas en el remanso, o que sus toneladas flotan plácidas entre
nenúfares” (p. 220).
El aspecto simbólico del animal y su
relación con ciertas prácticas rituales o mágicas, son referidos en “El Búho”:
“siniestro reloj de sombra que marca en el espíritu una hora de brujería
medieval” (p. 215); o en “El Bisonte”, en el que se hace alusión a las pinturas
rupestres, cuya intención mágica, más que artística, se hace evidente: “en
señal de respetuoso homenaje el primitivo que somos todos hizo con la imagen
del bisonte su mejor dibujo de Altamira” (p. 207).
Referencia a las costumbres del
hombre, sus defectos y cierta crítica por parte del narrador, se dejan ver, a
veces, tras las gasas de las palabras, las ironías y el humor, como en “Los
Monos” los cuales “no cayeron en la empresa racional y siguen todavía en el
paraíso: caricaturales, obscenos y libres a su manera. Los vemos ahora en el
zoológico, como un espejo depresivo: nos miran con sarcasmo y con pena, porque
seguimos observando su conducta animal” (p. 224). Otras veces la crítica es
directa, implacable y filosa como la espada del verdugo, como en “El Avestruz”:
“si sus plumas <>, las damas elegantes visten de
buena gana su inopia con virtudes y perifollos de avestruz: el ave que se
engalana pero que siempre deja la íntima fealdad al descubierto” (p. 208). “No
puede extrañarnos entonces que los expertos jueces del santo Oficio idearan el
pasatiempo o vejamen de emplumar mujeres indecentes para sacarlas desnudas a la
plaza” (p. 209). En “La Hiena”, se concluye que “es tal vez el animal que
más prosélitos ha logrado entre los hombres” (p. 219).
El autor hace una especie de
clasificación de las bestias. El animal más sensual e impúdico es el avestruz.
El más irracional es la boa porque “seduce inmediatamente al conejo” (p. 217).
El que más se aburre es el hipopótamo. Los más libres son los monos. El más
fuerte y cegato es el rinoceronte. Los más antiguos son el bisonte y el
elefante. El más triste y débil es el insecto. El más mental e introvertido es
el búho. La hiena es un “necrófilo entusiasmado y cobarde” (p. 219). El ajolote
es tan fabuloso que es una “sirenita de los charcos mexicanos” (p. 222). Y el
carabao es el más paciente, cual filósofo oriental.
En un estilo de cortas frases, de
economía de las palabras, Juan José Arreola presenta un Bestiario escrito en 1959, en el que se
suman elementos de la mitología, la ciencia, la historia y la literatura, por
lo que se percibe un amplio manejo de información y una gran cultura en el
autor. Se podría afirmar que Arreola continúa la tradición de los Fisiólogos medievales. Sin embargo, es
evidente la presencia de muchos otros aspectos como lo irónico, lo poético, la
crítica al hombre contemporáneo y la preocupación por el exterminio del mundo
animal.
BIBLIOGRAFÍA
Acosta, V.
(1995). Animales e imaginario. Caracas : Dirección de cultura UCV.
Arreola, J.
J. (1980). Confabulario personal. Barcelona, España: Bruguera.
Cirlot, J. E. (1997). Diccionario de símbolos.
Madrid : Siruela.
Diccionario de la Lengua Española. (1984) Madrid: Real Academia Española.
Grimal, P.
(1997). Diccionario de mitología griega y romana. Barcelona, España:
Paidós.
Hillman,
J. (1994). La cultura y el alma animal. Caracas : Fundación Polar.
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