TRES

Atravesé el patio central que había visto tantas veces al pasar frente a aquella casa: jardines con árboles y flores y una fuente... Todo esto podía verse desde unas rejas de hierro, pintadas de negro con adornos dorados, que daban hacia la calle. Era una hermosa casa blanca con unos corredores frente al patio, en donde habían dispuesto unas sillas. Hacia ellas nos dirigíamos mi madre, mi hermana y yo.

- ¿Estás lista, abuela?

- Sí, lo estoy.

- Si te sientes mareada o sientes ahogo, madre, dímelo. No cantaremos si no estás dispuesta.

- No te preocupes, Luisa. Hoy cantaré, hoy viene alguien a escucharnos cantar.

Luisa y Lorena sonrieron. Después de todo tendrían un público selecto y no sería una sola persona quien vendría a verlas.

Tomé a mi madre por la mano para ayudarla a subir el escalón que separaba el patio del corredor. Las personas invitadas vestían con elegancia, mientras nosotras usábamos una ropa limpia, pero muy sencilla. No teníamos dinero para comprar trajes ni vestidos de fiesta. Yo solo era una muchacha que hacía la limpieza en casa de alguien que no se interesó en asistir a este concierto y que me regaló las tres invitaciones. Nadie nos veía. Éramos invisibles. Mi hermana buscó tres asientos para que estuviéramos juntas y nos sentamos a un lado en la parte de atrás tratando de no estorbar a los otros. Alguien hizo sonar una campanita y los invitados ocuparon sus asientos.

Lavinia entró de primera y comenzó a cantar a capela. Era algo tan maravilloso que a todos se les hizo un nudo en la garganta. Sumaron sus voces Luisa y Lorena. Eran tres mujeres negras extraordinariamente hermosas. La más anciana llevaba el cabello corto, muy corto, y era cano, tan blanco como debían ser los cabellos de los ángeles. Otra, de edad madura, tenía pómulos altos, y sus labios permanecían con la forma de una sonrisa permanentemente. Finalmente, una jovencita de piel brillante, emanaba luz desde sus ojos negrísimos. Aquel canto que ellas ejecutaron, a tres voces, con aquellos acentos e inflexiones que movían los corazones, llevaron a las lágrimas a Violeta.

Me dejé envolver por aquellas voces. Nunca había escuchado algo igual y sentí paz en mi alma. Había valido la pena trabajar desde los 12 años en casas de familia, haber limpiado tantos pisos y haber recogido tanta ropa de tantos pisos. Mi hermana y mi madre habían desaparecido para mí. Y lo único que podía percibir era ese canto que me sonó tan familiar, tan profundo y tan mío...

Y de pronto desperté en mi cama. No recordaba de mi sueño más que el patio de mis anhelos, con su fuente en el medio -y esto porque ese patio era real y lo había visto mil veces desde mi infancia-, tres mujeres de piel de ébano y tres edades distintas, y una canción que, aunque no la conocía, seguía resonando en mis oídos.

Me fui a mi trabajo y en un descanso entre clases, me detuve a conversar con la señora de limpieza del Colegio. Le conté mi sueño. Ese sueño que me parecía más una remembranza que una fantasía. La señora, muy segura, me recomedó comprar un número de lotería. "El tres -me dijo- porque las canas son dinero". Y yo mirándola incrédula, con esa incredulidad que te da haber estudiado en la universidad y haber leído unos cuantos libros, le dije: "No, es el 33 porque ellas eran tres y nosotras tres". Por supuesto no compré ningún número de la lotería y me olvidé totalmente del asunto. Al día siguiente, la señora de cuyo nombre no puedo acordarme, me hacía señas desde la ventanilla de la puerta del salón de clases. Me asusté pensando que era una emergencia. Me disculpé con mis alumnos y salí al pasillo.

-¡Compró el número!" -me preguntó casi en el paroxismo.

- No.

- ¡El 33 fue el número ganador en la lotería!".

No sé qué mueca nerviosa hice con mi rostro y regresé a dar mi clase. Había perdido una oportunidad...

Aún recuerdo a esas tres mujeres. No sus rostros porque los olvidé como se olvidan los sueños. Recuerdo sus voces como si todavía las escuchara cantar, en algunas noches, canciones para las mujeres que trabajan desde niñas y que con los años olvidan que son mujeres, de tanto trabajar... Y ese recuerdo me reconforta y me vuelven a saltar las lágrimas.

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